Cuento: Un recuerdo

Hoy, mientras sopla un viento del suroeste, nos recuerda que en septiembre hace frío en días claros, transparentes, sin nubes y con mucho sol, pero no me calientan...

Hoy, mientras sopla un viento del suroeste, nos recuerda que en septiembre hace frío en días claros, transparentes, sin nubes y con mucho sol, pero no me calientan. A mi ser, se vienen, cual caballos desbocados, haciendo figura y fondo, pensamientos, recuerdos y todo ello rodeado de una sombra de nostalgia. Es en estos instantes que se hace vida, esa luz de alegría- cariño, con la figura imborrable que en mi infancia y adolescencia me esperaba, por cierto, hace varios calendario atrás; siempre, al regreso de mi jornada de estudio- aprendizaje en una escuela pública y de madera y por supuesto pintada de verde y con más agujeros que mis actuales recuerdos. La merienda tenía un telón de fondo: Una sopa de huesos, acompañada de un huevo, siempre y cuando, la señora gallina se había dignado colocarlo. Pero, lo fundamental, siempre fueron las palabras de saludo, esa interrogación, suave y sutil, la cual siempre comenzaba con: ¿Qué novedades ocurrieron en la escuela. ¿Sucedió alguna cosa nueva en la clase?, ¿Son muchas las tareas?.

Una a una van cayendo las gotas de lluvia, por ese techo que requiere una reparación urgente, la cual, no llega, de forma similar se repiten las consultas. Para finalmente, mientras me servía mi plato de latón enlozado, que un día, no presentó ninguna saltadura, y con una entonación suave, venia la historia que me regalaba. Por cierto, cada una de las versiones tenía un trozo de la Biblia, de acuerdo a una versión, muy, pero, demasiado libre, por ejemplo, la razón por la cual nosotros éramos descendientes directos de Adán y Eva, dado que ellos, nunca comprendí, claramente quienes eran ellos y menos la relación que nosotros teníamos, al igual que esos personajes, los de la Biblia o los otros: Vivían en un valle muy hermoso, ubicado en un lugar lejano, más allá del mar que tenemos frente a nuestros ojos, fue una de las muchas cosas que me costó entender: Que existían otros mares y diferentes lugares, lejos de los límites de nuestro pueblo; en donde se hablaba ese idioma que mi abuela, usaba con una señora que también había vivido en ese paraíso. Por cierto, cuando se reunían, de vez en cuando y de cuando en vez, las dos señoras, hablando, no callaban nunca, y no se les secaba la boca, y menos se les cansaba la lengua. Creo, que deben aún, hoy, estar reunidas conversando.